21 jun 2013

Lazarillos de amor por la poesía

Introito a la lectura poética Lazarillos de luces y sombras, de José Mª González Ortega.
Casa de Castilla-La Mancha, 18 de junio de 2013.
Por Manuel Cortijo Rodríguez 
Imágenes de Carlos García Sánchez

Cualquier deuda u obligación que tenemos pendiente con alguien próximo al corazón, ganado por éste aquí o allí, dentro o fuera, nos produce una sensación de desasimiento con nuestro acreedor, de arañazo sin fin, incluso de otredad o de ruina. Y por esa verdad, tan multiplicadamente sentida, el deudor remoto que habitaba en mí, querido José María, esperaba la clemencia de un abrazo compartible, fraternal, de los tuyos de siempre para el otro, como el que nos acabamos de dar, desmesurado, que ha puesto fin a los efectos sentimentales que me iban fatigando en demasía. 


Porque a mí me pesaba esta deuda contigo, con tu poesía, con tu alma cercanamente nuestra, retenidamente nuestra, saturada de autenticidad poética, entonada de lluvia y transparencia, donde entrar es tan fácil como llamarte hermano. Hermano en la poesía y en la vida: tú sabes que esta tarde de ventaja feliz yo la necesitaba lo mismo que una adhesión de afecto o una fuente, que hacen falta por no morir de sed. 

Entre Ciudad Real y Madrid, ese trayecto sentimental que has hecho para darte, dar el color de tu verdad en ráfagas de lirismo, la misma esencia de tu verdad, vive esta tarde en algún aliento de ensoñación, pensado tantas veces para adentro, vive en ese alumbrar tuyo la tarde con poemas, esta tarde alba todavía de tu vuelta a los espacios de otros días tan propios de la comunicación poética. 


Aquí estás, lazarillo de luces y sombras, ebrio de voces contestadas, tocando el aire que monumenta la felicidad, haciendo puerta de entrada de las devociones fidelísimas, en un agolpamiento de imágenes y vivencias que sólo están al alcance del poema, emocionalmente encaminado al vuelo recibiente de las sensibilidades, las pasiones que no se apagan nunca.

Pero José Mª González Ortega, nada tiene que ver con el personaje de la novela El Lazarillo de Tormes, que guiaba la oscuridad de un sentimiento dependiente de otros ojos. Tal se descubriría al explicar la claridad, ponerle nombre o luz a los ojos del poeta que sólo buscan perdón en otros ojos. Y así las sombras se levantan también como oscuras soledades, como vislumbre elegíaca por el amor perdido, el amor al mundo que aún no es mío, que expone Paco Brines. 


Yo no quiero alumbrar otras doctrinas que no sean las de acercarme y acercaros a la intuición de la belleza de un romper en recorrido lírico, después de que Paco Caro, el poeta, el amigo y tanto más, nos deje orlada y coronada la emoción que acostumbra en sus palabras introductoras, acabadas y limpias como él sabe, el canon de los mundos poéticos de su poeta de hoy, acaso incluso el poder melancólico y metafórico de éste, su mensaje poético, la cal de un existir en la piel del poema. 

Os aconsejo oír atentamente a este poeta, tentado del numen de nuestra llanura manchega, gravitando con él cada instante gozoso sobre la vida perdurable de sus poemas. Y desde ese estado, poder percibir en plenitud su voz empapada de ritmos y agua pura, de aciertos expresivos, como recién manados, las voces de su hija Marina González y de la poeta Davina Pazos, que sentimos como la flor, el aire, que se ven cuando alcanzan a encenderse, cuando dicen el verso o hablan inspiradamente con la luz, con la llama emotiva del poema. 


Gracias os sean dadas Marina, Davina, José Mª y Paco, por hacernos un hueco para entrar al fondo del vivir en vuestras almas, esta tarde que aún manda un fragor último de primavera, por hacer que nos sintamos todos lazarillos, lazarillos de amor por la poesía, lazarillos de luces y sombras.

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