12 ene 2011

Anaqueles sin dueño

 “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo.”
Alejandra Pizarnik.

Pizarnik revela sus últimos versos en septiembre de 1972 y minutos después consume una sobredosis de Seconal para morir. Silvia Plath compone su lapidario poema el 5 de febrero de 1963, seis días antes de meter la cabeza en el horno del gas, mientras sus hijos toman el desayuno que les deja preparado: “Sus pies/ desnudos parecen decir: hasta aquí hemos llegado, se acabó.”

Es conocida la dilatada relación de brillantes escritores y poetas, que optaron por poner ellos mismos el fin a sus días en este mundo, disponiendo diferentes sistemas para conseguirlo. Trágicas muertes, como todas las evocadas en “Anaqueles sin dueño”, cuyo autor es Pedro A. González Moreno (Calzada de Calatrava, 1960), Licenciado en Filología Hispánica y profesor de Literatura en Madrid.
Hace tiempo se dedica plenamente a su labor creativa, vinculada con colaboraciones en revistas como crítico literario, ponente de congresos y jornadas poéticas, conferenciante, jurado de prestigiosos certámenes o director del aula “Gerardo Diego”, donde participaron entre otros Luis Rosales, José Hierro y Claudio Rodríguez.
Si las musas no le abandonan, Pedro Antonio González será siempre un original poeta, reconocido por los mejores especialistas; además de un excelente narrador, comprometido con su tierra, la provincia de Ciudad Real y Castilla-La Mancha. Autor en prosa del ensayo “Aproximación a la poesía manchega” (BAM, 1988), la novela “Los puentes rotos” (Premio Río Manzanares, Calambur, 2007) y el libro de viajes “Más allá de la llanura” (BAM, 2009).

Sus poemarios anteriores, “Señales de ceniza” (Premio Joaquín Benito de Lucas, 1985), “Pentagrama para escribir silencios” (Accésit Adonais, 1986), “El desván sumergido” (Premio Francisco de Quevedo, Madrid, 1997) y “Calendario de sombras” (Premio Tiflos, Madrid, 2005), fueron recopilados junto a nuevos poemas en la antología “La erosión y sus formas” (Vitruvio, 2006). En su poética son esenciales sentimientos de desarraigo, nostalgia, desposesión y destrucción, trascendidos a los seres y las cosas que habitamos este planeta.

En “Anaqueles sin dueño”, distinguido con el Premio Valencia de Poesía en Castellano y publicado por Hiperión, González Moreno camina desnudo por las baldas de su biblioteca, donde localiza libros de varios escritores suicidas, a quienes alude con versos apasionantes: “Que nadie toque el pan/ salado de mi cuerpo, porque sólo/ ha de ser alimento para el agua./ Soy la amante del mar, la que ya nunca/ confundirá el amor con la caricia.” (p.46)
Obra de laborioso análisis, compuesta de 31 poemas, más prólogo y epílogo: “Es una balda donde ya no cabe/ ni una página más,/ se quebraría/ si alguien pusiera encima sólo un gramo/ más de dolor.” (p.11) “... salen a recibirme con sus manos, aún tibias,/ que nunca se acostumbran a morirse del todo;/ y a veces me preguntan...” (p.84)

Para Jesús Munárriz, portavoz del jurado y editor del libro: "es un trabajo que compila escritura poética, documentación e investigación; a los lectores les va a gustar porque tiene mucho gancho y trata un tema, el suicidio, que a nadie deja indiferente". En este sentido, el poeta manchego declara: "Hay temas que no elegimos nosotros, sino que nos eligen ellos"; reconoce su fascinación por la muerte y un punto de vista existencial, presente también en sus cuatro poemarios anteriores.

El poema titulado “Estantería” describe ese ámbito del dolor y la locura, nebuloso lugar que habitan libros y espectros de José Agustín Goytisolo, Dylan Thomas y 23 nombres más, a quienes alude uno por uno en las cinco partes que componen “Anaqueles sin dueño”. Siguen cinco secciones designadas con el sinónimo baldas, que suman veinticinco poemas dedicados a los dolores, impulsos y deseos póstumos de cada suicida: “Cómo será esa voz ya sin sonido/ que, aguas adentro, busca un cauce/ donde beberse, sílaba/ a sílaba, los nombres/ más turbios del fracaso.” (p.52)

Estudios psicológicos consideran que quitarse la vida es una acción orientada al futuro, una anticipación, una red de seguridad existencial. La gente se suicida no sólo porque sufra, sino para evitar un sufrimiento futuro. En su nuevo libro, González Moreno rezuma reflexiones importantes: puede ver el acto final de estas personas como un elemento más de la condición humana, testimonio de una última y definitiva libertad: “Dar el salto tal vez/ con la ciega esperanza de que algo/ siga aún elevándose/ después de la caída.” (p.26)

Todos estos escritores y poetas tuvieron en sus vidas angustiosos rincones de oscuridad y desamparo. José Agustín Goytisolo se arrojó por una ventana en 1999. Dylan Thomas murió de un coma etílico a los 39 años. Paul Celan se arrojó al Sena en 1970. Virginia Woolf, con sus bolsillos cargados de piedras para no volver a salir del río. José Gabriel Ferrater se ató una bolsa al cuello hasta ahogarse. Cesare Pavese escribió en su diario “Nada de palabras, un ademán, no escribiré más...”, suicidándose con somníferos en 1950. Alfonsina Storni (1892-1938) fue vista caminando por la playa La Perla, en Mar del Plata. Su cuerpo inerte fue encontrado horas más tarde. Había escrito el poema “Voy a Dormir” dos días antes. Historias familiares de suicidios y desconsuelos pocas hay en la literatura como la de Horacio Quiroga, “El sembrador de sombras.” (p.52)

Pedro Antonio González Moreno, poeta portador de una lírica personal, inconfundible, dotada con profundas, hermosas y brillantes revelaciones; autor de un libro serio, singular, dedicado a representantes de la belleza más oscura y que recomiendo leer en voz baja.

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