“Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma…”
Antonio Machado.
José González Lara y Juan Ignacio Morales Bonilla, dignos compañeros en el milagro, la conmovedora aventura de las palabras, nos han dejado, sí, pero no se fueron del todo. Inolvidables poetas manchegos, siguen jugando como niños al escondite con los versos.
Amaron la poesía desde la realidad y siempre cantaron consiguiendo “ver” la belleza del mundo, más allá de sí mismos. Todas las cosas eran esenciales, inocentes y libres en sus veteranos y nuevos poemas. Iban desnudos… y crecían sueños, pájaros, ideales, al conocer que la luz nunca muere.
Juan Ignacio y José –con humildad– escudriñaron hermosas palabras de Jesús, nazareno de Belén, y sintieron en sus corazones la Verdad, como Pablo, Tomás, Juan de la Cruz…
Juan Ignacio y José –con humildad– escudriñaron hermosas palabras de Jesús, nazareno de Belén, y sintieron en sus corazones la Verdad, como Pablo, Tomás, Juan de la Cruz…
Hombres cercanos, poetas abiertos de par en par, encinas y molinos de La Mancha. Cultivaron un fervor infinito por la vida. Promovieron valores culturales, humanistas, eternos… Entregaron lecciones de convivencia, respeto, tolerancia, lealtad… hacia los otros, mar transparente donde se miraban y reconocían en silencio.
José González Lara presenta su primer libro de poemas, “Sol y niebla en el tejado”, escrito en 1980 y publicado por el Instituto de Estudios Manchegos un año después. Versos desbordantes, apasionados… Hablan de “Dios en la llanura”, “España viva”, “Hombres y paisaje”, su tierra: “… porque ha dicho AMOR: y se ha quedado / vertical, de pie, perdido el pensamiento / en un horizonte sin palabras, / como un trazo seguro / en la escritura de la herencia de Dios, / que otorga sin notario, / cumplidamente, / generosamente.”
Compartían talento, pasión y serenidad. Sabían que los cuerpos son “polvo enamorado” y partimos un día “ligeros de equipaje”, porque “nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar…”, dejándonos en este mundo lo más valioso. Pero confiaban en Dios y –desde siempre– sus esperanzas superaron los límites impuestos por la carne, para poder “vivir” de otra manera, en un lugar distinto, solidario, puro.
Juan Ignacio Morales Bonilla, convencido de creer-vivir-amar en un soneto, más que escribir, conjugaba verbos, sencillas palabras: “Hay que sembrar con amor. / Morir la muerte del trigo. / Creer con el labrador / para volver a ser trigo. / Amar / y luego resucitar / en la marea de espigas / verdes como el alta mar”. (De “Conjugación”. Premio Ciudad de Barcelona, 1975. Editado por la Diputación de Ciudad Real en 1976.)
Profundamente cristianos. Vivieron y murieron iluminados por palabras hermosas que buscaban ante todo la Paz. Estaban tranquilos; ni dudas, ni temores: iban hacia la luz… Les esperaban grandes amigos, poetas manchegos también inolvidables: Sagrario Torres, Ángel Crespo, Vicente Cano, Eladio Cabañero, Julián Márquez…
Vivos en importantes recuerdos, José (Pepe) y Juan Ignacio, tan buenos hombres como poetas. Tomo en mis manos sus libros y repaso poemas, inquietudes medidas con el alma. Siento dolor por dentro, juguetes rotos, oscura soledad.
Positivos, sinceros, entrañables quijotes… Hablemos juntos otra vez de “Poesía”, que puede hacer posible lo imposible. Sólo quiero deciros hasta siempre.
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