Nicolás del Hierro (Piedrabuena, 1934) es autor de poesía, novelas y relatos, escritos
siempre con tinta de colores sinceros, generosos y compartidos. En sus versos hay tierra
seca, raíces, sueños perdidos, oscuras mariposas de asfalto... Le pesan las nubes, el dolor,
las injusticias, el sufrimiento de los marginados y desfavorecidos. Siente caer pájaros
rotos y necesita lluvia para sembrar amor, al borde casi. Toda la soledad es suya, sin
temor a morir: sólo al silencio interminable.
“El color de la tinta”, Poesía (1962-2012), ha sido editado por Vitruvio (Col. “Baños del
Carmen”, nº 303) y contiene un clarificador estudio crítico de Pedro Antonio González
Moreno. Sus 600 páginas atesoran 50 apasionantes años, vividos por quien a los 20
emigra desde Piedrabuena hasta Madrid para buscar su futuro laboral y publica en
1962 “Profecías de la guerra”, primero de los 12 poemarios aquí reunidos.
Nicolás añade a sus libros anteriores dos nuevos, “que habían permanecido hasta ahora
en el cajón del escritorio", el que da título al volumen y “Semisoledades”. Asegura sentir
especial alegría por este libro, donde también incluye seis poemas adolescentes inéditos:
“Aunque no son mis obras completas, sí recogen la esencia de mi trabajo poético y lo más
representativo durante cincuenta años”. El lector puede seguir diferentes etapas poéticas,
marcadas “por el color negro de la tinta en la que mojo la pluma de mi inspiración”.
“El color de la tinta” ha sido presentado en el Ateneo de Madrid, el Centro Cultural de
Piedrabuena y el próximo día 21 en la Biblioteca Regional de Toledo. En su pueblo natal,
el poeta estuvo bien arropado con el Alcalde, José Luis Cabezas, el escritor, Manuel Juliá, el
prologuista, Pedro Antonio González, paisanos, familiares, amigos y compañeros. Algunos
asistentes fueron sorprendidos por Nicolás del Hierro y recitaron sus poemas.
Recuerdo un famoso relato de Jorge Luis Borges. Al protagonista, torturador y asesino
nazi, le quedan horas para ser fusilado. Mientras, reflexiona y dice: “Que el cielo exista,
aunque nuestro lugar sea el infierno”. Si los llevamos en el corazón, existen. Hay poetas que
van al cielo -estoy seguro-: sienten el alma de las cosas y no dudan en esparcir esperanzas,
luz entre tinieblas.
Nicolás del Hierro pide lluvia necesaria, redentora..., con poemas que deberían estar
escritos en las paredes de todas las plazas: “Hasta la boca, hasta los mismos labios,/
vertiéndose, derramándose,/ como una nube.../ ¡Dios, cuánta amargura/ se junta en
ocasiones en el pecho!/ Hay que dejarlo atrás:/ soñar es sólo un lujo de los privilegiados./
Aquí no hay más que tierra,/ tierra. Me sabe a tierra la saliva/ y la nariz no aspira sino
polvo./ El hombre, aquí, con su problema,/ con su carga de tierra en los tirantes.../ Si
lloviera.../ Si lloviera.../ El agua,/ el agua es lo que importa./ Una tormenta fuerte, grande,/
que se llevara este sabor a polvo,/ esta tribulación que sale,/ sin merecerlo, a veces, por la
boca./ El agua.../ El agua.../ El agua.../ ¡ Si lloviera.../ podríamos sembrar algo de amor!"
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