JOSÉ Mª GONZÁLEZ ORTEGA (Introito primero)
Por Manuel Cortijo Rodríguez
Imágenes de Carlos García Sánchez
Imágenes de Carlos García Sánchez
Federico García Lorca, de cuyo input me declaro continuador, solía escribir la totalidad de
sus conferencias y alocuciones, quizá con miras a mantener sin tacha el contenido altamente
emotivo del texto objeto de su acción poética o no, así como el nivel de escritura distinguida que
siempre persiguió el poeta granadino. Así, en la presentación que hizo de Pablo Neruda en la
Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, dejó escrito: La poesía requiere una larga iniciación
como cualquier deporte. Esta afirmación, por parcial que pudiese parecer, no hace otra cosa
que reafirmar la metáfora de la paciencia enclavada en la escritura poética. Leí hace ya algún
tiempo, si bien desconozco ahora a qué poeta debe atribuírsele el acierto, que La poesía es el
arte de la paciencia. Y más acá, más cercanamente, le oímos decir a Paco Caro que Escribir es
estar siempre esperando. Pero no con sólo ellos queda atada con firmeza suficiente esta verdad.
El poeta valenciano Juan Vicente Piqueras, también nos obsequia con su impronta particular al
respecto: Escribo porque busco, porque espero. Pero ya no sé qué, se me ha olvidado./ Espero
que escribiendo/ llegue a acordarme. Esperar es un saber intrínseco del poeta, un saber sin
cancelación en sus aires más puros y veraces. José Mª González Ortega, ha esperado mucho la
transparencia pura de la poesía, sus transustanciaciones líricas, hasta descubrir la belleza por su
nombre, perseguida de músicas azules.
La iniciación en la poesía de José Mª González Ortega, viene inventariada de muy atrás. Así, si
midiéramos el tiempo, no nos quedaría más remedio que volvernos al año 1979, en que aparece
el volumen colectivo Hacia la Luz, primera aparición en libro de nuestro poeta junto con María
del Carmen Matute, María del Prado de Juan Lérida y Pedro Antonio González Moreno. Tenía
entonces el poeta 21 años y su entrega constaba de 10 poemas. En el primero de ellos, “MI
TORO, MI RACIMO”, ya aparece una concepción clara de la poesía y de lo poético, consagra
una declaración de intenciones, un sentir y sentirse poeta sangre adentro, pureza promovida
en libertad: Os lo aseguro, sangre de almendro llevo,/ canción de espiga llevo, verde limpio/ y
caballos ofrezco a los sin cárcel.
Ya desde ese arranque, su lenguaje se ha ido haciendo mayor, mayores los valores estéticos
de sus versos: palabra esencial donde ir a buscarse y conocerse. Y esta tarde quizá José María,
vuelva con lilas en los ojos, vuelva atrás la mirada hacia aquel rincón feliz, aquellos claros, ya
irrecobrables, como el Luis Cernuda de Ocnos. Pero lo hace despertando acaso cercanamente a
la melancolía: volver a los amigos que quiso y quiere tanto, como prolongación de la juventud
que aún alienta la dulce rosa de ayer.
Bienvenido, querido José María, que retornas en un tiempo de cigarras, desde tu alma-elevación,
de la música niña/ abierta, estremecida, húmeda de infinito.
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