25 dic 2009

Los poetas no nacen de la nada

Francisco Caro Sierra: pasión, claridad y constancia.

La poesía –rosa de las rosas– surge siempre por necesidad. Es el resultado de situaciones especiales, experiencias al límite, horizontes místicos, buenas lecturas y verdaderas utopías. Hay diferentes edades para sentirse poetas, conseguir publicar, ser conocidos y valorados. Así sucede con todas las artes, porque lo fundamental radica en el talento.

El Nobel de Literatura (1977) Vicente Aleixandre (Sevilla, 1898 ̶ Madrid, 1984), publica La destrucción o el amor en 1935 (Premio Nacional de Literatura, 1933) y Sombra del Paraíso (1944) le procura la fama. Similar al extraordinario seductor Pedro Salinas (Madrid, 1893 ̶ Boston, 1951), que revela sus diamantes, La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), en plena madurez.

Y los jóvenes maestros: Claudio Rodríguez (Zamora, 1934 ̶ Madrid, 1999) gana el Premio Adonais a los 18 años con su deslumbrante Don de la ebriedad (1953), y Pere Gimferrer (Barcelona, 1945), se consagra por Arde el mar (Premio Nacional de Literatura, 1966).

Evocaciones que conducen hasta Francisco Caro Sierra (Piedrabuena, 1947), singular poeta manchego residente en Madrid y cuyas obras se dan a conocer en pleno siglo XXI. Su primer libro, Salvo de ti (Vitruvio. Madrid, 2006), fue premiado por la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha. Lo forman 33 poemas, divididos en IV representaciones: “los cuerpos”, “las heridas”, “los días” y “noviembre”.

La luz de las palabras (elegidas sabiamente) urge preguntas turbadoras, ansias donde laten inocentes respuestas. Versos libres, desnudos, intensos…, concebidos con sinceridad. Su autor tiene muy claro cuál es el verdadero sentido del arte, el valor real de la poesía: Amor, felicidad, ideales, derrotas…, darlo siempre todo: “… tu cuerpo / al roce de los aires convocado / esparce, húmedo, su luz / y se derrama / en el centro / tuyo y mío / de la herida.” (p. 38)

Francisco Caro domina metros clásicos, imágenes y voces poéticas (visibles heterónimos). Su progresión es asombrosa. El escritor y dramaturgo austriaco, Arthur Schnitzler, dejó escrito: “Estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida.”

Desde su convicción personal, el poeta descubre que puede ver la vida por dentro: cielos, infiernos, prodigios, desengaños, soledad… Siente más a los hombres y las cosas cuando vuelve a ser niño. Logra hacer realidad mundos maravillosos.

Debo decir que sus creaciones avalan una labor muy seria con la poesía, siendo capaz de concebir varios libros en poco tiempo y crecer hacia lo esencial, sin oír cantos de sirenas.

Quiero destacar tres cualidades: pasión, claridad y constancia. Son ciertamente positivas, porque demuestran que ningún poeta surge de la nada. Francisco lleva tiempo (toda su vida laboral) entregado a buscar las huellas del hombre a través de la historia. Predilecta asignatura, se ha dedicado a impartirla profesionalmente.

Escudriñar sin descanso raíces, costumbres, iniciativas, evolución, cultura. Preservar la herencia de múltiples generaciones. Aquí percibo semejanzas con el humilde trabajo de los poetas: desear apasionadamente que las inquietudes más hermosas formen parte del existir.

Mientras la luz (Biblioteca de Autores Manchegos. Ciudad Real, 2007) es su segundo libro publicado y necesita la complicidad de los lectores para hacer posible la magia del discurso. Deposita varias incógnitas sobre tres cuadernos encontrados tras la muerte de Elia. Son 130 informes, numerados, sin fechas ni firma del autor, pero van dirigidos a Jacinta: “… tantos años / mujer y compañía, / luego verso cerrado del poeta.” (p.7)

Únicamente revela 41 de ellos. Desde la cita preliminar: “… este esplendor que impulsa / lo más leve hacia lo eterno”, pasando por referencias a V.A.M. (Vicente Aleixandre Merlo), Gil-Albert (Juan), Claudio (Rodríguez), Alberti y Borges, hasta nombrar lugares concretos y situaciones vinculadas con Jorge Guillén (Valladolid, 1893 ̶ Málaga, 1984), este libro glosa al lúcido y vitalista poeta, caudal inspirador y destinatario de tan sentido homenaje, junto a sus dos amores: “Le conocen los pájaros, / que su cántico asciende / azul y se confunde / con el cántico de ellos.” (p. 29) 

Incesantes brotan composiciones y temáticas, desentrañando nuevos testimonios, cauces expresivos. Cada vez más poeta, Francisco Caro avanza sin caer en la monotonía, como tristemente pasa con diversos autores. Les hablo de Las sílabas de noche (Premio “Juan Alcaide”, 2007. Valdepeñas, 2008), Calygrafías (Premio Ateneo Jovellanos, 2008. Gijón, 2009), Cuaderno de Bocacchio (Premio Ciudad de Alcalá 2009) y Desnudo de pronombre (Accésit Premio Tomás Morales 2009), los dos últimos de próxima aparición.

Las sílabas de noche presenta tres escenarios, definidos con frases introductorias: “todo es caliza blanca”, “sea azul avatar, delta y oscuro” y “las sílabas de noche”. Lleva al lector por lugares grandiosos y sencillos, siguiendo un itinerario que podrá ser ficción o realidad, pero posibilita conocer, de la mano del vertiginoso viajero, historiador y poeta, maravillosas ciudades localizadas a lo largo del mar mediterráneo: Barcelona, Messina, Malta, Creta, Beirut, Alejandría, Albania, Esmirna, Túnez, Orán. Ámbitos donde belleza, cultura, pasión y palabras libres, adquieren interminable gloria. 

Esta voz tiene acentos que recuerdan al inolvidable Juan Ramón Jiménez y su Diario de un poeta recién casado (1916). Alas y vuelos, ceremonias de luz y deseo, renovadas historias amantes de la mejor poesía: “Porque a veces el caos / acude silencioso / y los poemas crecen / sobre palabras curvas / añoro a Juan Ramón, / mujer, su voz delgada/ y el oro de tu boca / -cautiva niña- / la belleza del orden de tus pechos.” (p. 22)

Valorando su trayectoria, el poeta y crítico Manuel López Azorín afirma sobre Francisco Caro: “Sabe muy bien que escribir poesía es decir lo ya dicho de manera que parezca nuevo, y lo consigue con este Calygrafías que nos muestra temáticas de siempre, el deseo, el amor, la tierra, la muerte, con –como diría Unamuno– pensamiento y sentimiento, es decir: corazón y cabeza unidos para escribir un libro que rebosa literatura no exenta de emoción o como dijo también en la presentación Miguel Galanes: “la anécdota, sí, pero por dentro; por fuera queda la literatura, el poema: ahí está el truco del conocimiento”.

Calygrafías (Cal y grafías: entre el deseo y la muerte), sublimes pensamientos donde habitan emocionantes y sólidos enfoques literarios: “Todo deseo / cuando se escribe muere / somos sólo grafías / para la cal.” (p. 23)

Ahora mismo, si cierro los ojos, les aseguro que puedo ver su mano escribir en la nieve palabras imborrables, amor asumido sin dudas, más allá de la vida, para toda la muerte. Tras los radiantes cuerpos (fulgor de las cenizas), espera la madurez, el umbral misterioso del silencio: “Y recorre / desde entonces mi luz / -sus fuegos grises- / la muralla cerrada / de tu piel / vertida y sobre el cuerpo / no halla límite.” (p. 21)

Poesía, creación, entrega, territorio de posibilidades infinitas y libertad absoluta. Llegan las palabras, provocan su sed y juegan como niños en el desván de la memoria. Acarician, ponen el pan sobre la mesa, descubren caminos y sufren cuando la vida se desangra: “Cómo habré de encontrarte, voz, / sino en la alondra: / hundida mi raíz, vuelo tu carne / soy un árbol que espera cuanto ama.” (p. 33)

Versos desnudos desde la piel al alma, ofrecidos, sinceros, serenamente humanos (sobre todo), para que consigan llegar y conmover.

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