Es la misma joven escritora. Puedo verla firmar en la Plaza Mayor su primer libro, “Poemas
de recreo y mochila” (BAM. Ciudad Real, 1994), realmente valioso: “El azul es el cielo envuelto
en algodón./ Es el mar cuando arrastra las olas./ Es el alma dormida con sueños de juguetes.”
Hermosa vida fugaz; cambiamos, pero nunca es tarde si la luz del amor está cerca.
Nieves Fernández Rodríguez (Almagro, 1958) sabe muchas cosas de las palabras y le gusta
jugar siempre con ellas, niñas desnudas. Cuando las deja volar libres, nacen los libros: cuentos,
poemas, relatos, artículos; inquietudes y ternura desbordada; verbos decididos que denuncian
otras realidades: situaciones violentas, terribles, injustas para las mujeres. Existen en regiones
primitivas y ciudades avanzadas; se repiten; las conocemos; es preciso cambiarlas; ¿por qué
las ignoramos?
Un título sincero, “Palabra de mujer”, revela los ideales confiados a su nueva obra, editada
por el servicio de publicaciones de la Diputación Provincial, donde reúne creaciones literarias
producidas durante casi dos décadas (www.nievesfernandez.com), con bellas fotografías de
Alfonso Torres y prólogo de Victoria Sobrino, Diputada responsable del Área de la Mujer:
“Trata con madurez y delicadeza el entorno de la mujer desde múltiples ángulos con una
perspectiva muy profunda.” (p.7).
El volumen de 183 páginas tiene doce apartados, sobre “Mujer y”: maternidad, violencia,
belleza, identidad, arte, sociedad, justicia, educación, trabajo, vida en pareja, edad y ficción.
Claros ejemplos de reflexiones, cultas y sencillas, ante las diferencias actuales entre hombres
y mujeres. Sin olvidar malos tratos, violaciones, homicidios, recuerda derechos irrenunciables
(deberes morales), que sólo se concilian igualándolos. Vivimos en una sociedad dirigida por
el capitalismo más despiadado, conservador de tradiciones y leyes patriarcales. Necesitamos
avanzar: “Eva habla de igualar trabajo, de equiparar sexos y libertad, y así se lo dice a todas las
mujeres allí congregadas, y en especial se lo dice a Andrea, a Francisca, a Yolanda, a Viky, a Ana,
a...” (p.131).
Todas las civilizaciones, regidas por dictadores o gobiernos democráticos, imponen un
segundo lugar a las mujeres. Abuelas, madres, hermanas, esposas y compañeras, responsables
de la familia, soportan enormes esfuerzos y no se cansan de querer a los hijos; cuidan mejor
a sus parejas y demuestran talento para conseguir ejercer profesiones y destacar en cargos
directivos, académicos, judiciales, públicos, etc., considerados masculinos. Tristes hombres,
¿qué sería de nosotros sin ellas? Hasta la vida les debemos: “Voy a parir amor, es lo que
importa/ luego te cuidaré toda la vida/ sin esperar que me devuelvas nada.” (p.16).
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