Azahar y palomas despiertan los sentidos. Poemas verdaderos que redimen dolor, iluminan las manos, alegran mi casa. Amplios conocimientos filosóficos, culturales, literarios. Esencia pura de la vida, ideales enriquecedores puestos en pie: “He cerrado la puerta de mi casa / y, alienado, contemplo / el entusiasmo universal / de la naturaleza, / y hasta percibo a otro hombre / infundiendo su espíritu y su voz / como si de otra creación / hoy se tratara.” (p. 18).
Tiembla mi corazón entre tan hermosas y necesarias palabras. Inspiran intensas emociones, serenidad, ternura, perfección. Revelan una realidad diferente, liberada “del mundanal ruido”. Vida que trasciende, se transforma, renace: “Hay un abismo / entre los hombres / que impide que otro Lázaro nos traiga / una gota de amor. Y cuando el tiempo / se nos vaya escapando, porque siempre / alguien se deja abierta / la puerta de la casa, volveremos / a ser lo que ayer fuimos: una gota / de agua en el océano.” (p. 20-21).
Pertenecen al volumen titulado Escrito en tierra, nº 166 de la colección Baños del Carmen, editada en Madrid por Vitruvio. Lo firma Francisco Mena Cantero (Ciudad Real, 1937), autor de más de veinte poemarios, reunidos en Antología Poética (1967-2002), selección propia publicada por el Excmo. Ateneo de Sevilla, como reconocimiento a su brillante trayectoria.
Enorme poeta, digno maestro. Valora ser más allá de la carne, desde dentro del hombre. Describe las cosas al modo de Fray Luis, Juan de la Cruz o Juan Ramón Jiménez, dándoles más alta vida con magistrales versos blancos que manan luz, caminos, música del silencio: “Sintió la libertad como una nueva sangre / y se arrojo a un océano de luz / para huir, cuando el alba, / al exilio dulcísimo del campo / y borrar la ciudad de su memoria.” (p. 15).
Seducido por la capital andaluza en 1971, es un claro referente humano y poético en ambas ciudades. Suele visitar a familiares, amigos y poetas manchegos, porque Ciudad Real siempre será su casa. Aquí fue niño, sufrió la guerra civil y tuvo que ejercer –aún muy joven– como maestro “titular” en la Casa-Escuela donde enseñaba junto a su padre. “Despedido” de la Escuela Pública por el Régimen, supo infundirles amor, respeto, tolerancia, saber perdonar. Conoció a su mujer y nacieron sus hijos. En Sevilla tiene tres tesoros, sus preciosas nietas: “Cuánto importa la espera / si hemos de ver amanecer otras espigas, / nuevas generaciones, otros instantes, diferentes vientos / para los mismos horizontes.” (p. 27).
Escritor y crítico literario, codirige la selecta colección Ángaro de poesía. Colabora en LANZA, ABC de Sevilla y varias publicaciones culturales. Componente del grupo Guadiana desde su fundación. Tiene prestigiosos premios, conseguidos en certámenes de proyección internacional. Es afín a la conocida como Generación del Lenguaje o Grupo de 1960: Poetas que combinan estilos clásicos y modernos, pero volcados en la belleza del idioma, indagando sobre su versatilidad y misterio.
Hombre de sólida fe cristiana, se encuentra en su mejor momento para ver, escuchar y sentir: “Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en tierra…” (San Juan, c8, v6). Francisco describe vida, luz verdad en los versos: esperanzas inmarcesibles, mensajes inocentes donde perviven lealtad y misericordia, fuentes de transparencia.
Tiempo, memoria, labios abrasados en verbos: conciencia histórica y devoción a la palabra que constituyen el universo de esta poesía, con una visión apacible de la muerte: “Y contemplar el campo es tocar el milagro / de quien se sobrevive, / que aquí la muerte es otra cosa. / Un sueño acaso, tan benigno / como el de cada abrazo del invierno. / Y luego, el lento despertar / en el fruto en sazón hacia otra vida.” (p. 17).
Este libro es perfecto para despertar conciencias, abrir bien los ojos ante un mundo dirigido por ávidos depredadores que nos devoran…, arrastrando todo consigo a las arenas movedizas.
El poeta habla de lo visible y lo invisible, las maravillas del campo: río, siembra, vid, pinar, lugares revelados como paradigmas para concebir el sentido de la existencia, cercenada por un destino fatal, el “eterno nombre sin fecha”, la transformación de la materia conmovida por el aliento divino. Lúcido testimonio que refuerza la percepción espiritual de uno de los poetas ciudadrealeños vivos más importantes.
Siente la vida, piensa de otra manera (conoce la soledad, el desamparo de la metrópoli), acomoda palabras humildes, desnudas, auténticas. Dicen lo justo. Hacen pensar algunas cosas. Faros salvadores en mares de tinieblas: ″Volveré / como la claridad desciende desde arriba", / dijiste. Desde entonces / este inmenso vacío se ha llenado / del agua de tu espera. / Tu palabra es el pan y la esperanza / de quien desea amanecer / en tu jardín /…/ y el rumor / de esperar la luz de tu presencia.” (p. 48).
Sabios, generosos versos, tienen ángel. Borbotones del alma, pájaros en el aire que reflejan sentimientos, cosas olvidadas, partes de nuestras vidas. Recuerdan amaneceres y crepúsculos, sabor, olor, la dignidad absoluta de la tierra. Necesarios, sí, porque todos ellos son nosotros: “No es tomar posesión del tiempo / tumbarse bajo un árbol / y auscultar / los latidos del día. / Es comprobar que continúa / la vida a nuestro lado. / Esta vida del pájaro y la flor / como si no acabará nunca / la creación del mundo.” (p. 24).
Francisco Mena Cantero, poeta, “Sevillano de La Mancha” (le dijo un andaluz), voz sin límites, solidaria conciencia, compromiso que trasciende valores materialistas para difundir un mensaje universal: lo que pervive es la obra de Dios.
Escritas con amor en la tierra. Sabias y confortadoras palabras. Son claves de misericordia, como las tres niñas que dan abrazos y besan al abuelo, cuando les dice que la luz nunca muere: “Como un mar de cerezas exhibiendo / el idioma del tiempo / cuando la primavera se estremece, / o el pensamiento de los niños, de puntillas, / se asoma al ventanal del hombre, / así el amanecer.” (p. 13).
En el parque de Gasset pronto concluirán las obras de la nueva Biblioteca de Ciudad Real. Antes de su inauguración, me permito recomendar a nuestros gestores culturales que distingan con su nombre una de sus salas. La capital de La Mancha no debe ser menos que la andaluza.
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