Hay valores con denominación de origen, señas de identidad que se transforman en símbolos clásicos, universales, mitológicos. Ciudades encantadas y casas suspendidas en el aire, cobijos del asombro. Están aquí, forman parte de la Antología realizada por el escritor y poeta, Ángel Luis Luján Atienza (Cuenca, 1970).
La editora regional Almud, que dirige Alfonso González-Calero, sigue con especial atención a los creadores castellano-manchegos, apostando decididamente por los poetas. Es responsable de una valiosa y bella edición, presentada con éxito en Cuenca durante la VII Feria Regional del Libro, la Lectura y las Industrias Culturales de Castilla-La Mancha.
Este volumen de 250 páginas, nº 11 de la Biblioteca Añil Literaria, posibilita una generosa selección de poemas (más diez por autor), que suscriben 11 poetas conquenses, paradigmas de cinco generaciones “comandadas” por Diego Jesús Jiménez, distinguido en dos ediciones (1968 y 1996) con el Premio Nacional de Poesía.
Voces limpias, desnudas en los versos: José Luis Jover, José Ángel García, Enrique Trogal, Amparo Ruiz, Carlos Morales, Francisco Mora, Juan Ramón Mansilla, Ángel Luis Luján, Irene Quintero y Antonio Santos, por orden cronológico.
Voces significativas, objetivamente, pues encarnan a la perfección una notable variedad de poéticas, elaboradas durante 20 años (1989–2009) y que fijan sus miradas en el nuevo siglo.
Ángel Luis Luján es doctor en Filología Hispánica y profesor de Literatura en la UCLM. “Los rostros de medusa” refieren la metáfora que hizo el poeta cordobés Luis de Góngora, durante su estancia en Cuenca, disgustado por la dureza de las damas y queriendo atribuir al paisaje rocoso la figuración de las personas convertidas en piedra frente a la mirada de medusa, ser mitológico con cuerpo femenino y cabellera de serpientes venenosas.
Joven ensayista, veraz, lúcido, minucioso (acaricia la perfección) y valiente por asumir, con todas sus “consecuencias”, la responsabilidad y difícil compromiso que supone la selección de los 11 poetas protagonistas y lograr a su vez producir el sentido y poético estudio preliminar (ocupa 50 páginas) que conduce esta antología, formada por nueve hombres y dos mujeres.
Digo esto, porque en provincias como Albacete, Cuenca, Ciudad Real, Guadalajara y Toledo (Castilla-La Mancha), existen poetas reconocidos a nivel nacional, autores de obras excelentes. Premios Nacionales de Poesía, Traducción, Ensayo, de la Crítica, etc. Empero, la poesía –rosa de las rosas– tiene pocos lectores, hace tiempo fue desplazada por la narrativa y muchos libros necesarios, sobre todo de los nuevos autores, pasan directamente al olvido.
Defiendo –sin ambages– el valor de las antologías, el agrupamiento de poetas significativos y su estudio generacional, estilístico, temático…, sabiendo distinguir las posibles influencias y vínculos que se producen entre distintas etapas. En este caso, transcurren cinco décadas desde Diego Jesús Jiménez (1942) y José Luis Jover (1946), hasta Antonio Santos (1980), y las obras, en su conjunto, parten de estéticas y fundamentos diferenciados. Francisco Mora opina que, como así se deduce de la obra realizada por Luján, “aquí nunca ha habido grupos de poetas, como sí que ha ocurrido en otras ciudades, sino que todos somos francotiradores”.
Felicito sinceramente al antólogo y la editorial Almud. Quiero dejar a los lectores de Lanza, con una síntesis de las hermosas palabras que emplea Ángel Luis Luján, para definir y contrastar las obras de sus compañeros.
La “escritura en verso breve con constantes juegos metapoéticos” de José Luis Jover, con la voz “más visionaria y social” de Diego Jesús Jiménez. La “libertad expresiva y riqueza de recursos” de José Ángel García (1948), con la “apertura a lo cósmico y mistérico” en Enrique Trogal (1954). Poemas de tipo “más simbolista y espiritualista” de Amparo Ruiz (1956) y Carlos Morales (1959), con una “meditación que tiende hacia lo visionario” en Francisco Mora (1960). Las propuestas “más vanguardistas y casi herméticas” de Irene Quintero (1974), con la línea “más realista, aunque con bastante ironía”, de Juan Ramón Mansilla (1064). El “romanticismo pasado por la criba de la postmodernidad”, en Antonio Santos. Y su poesía, la de Luján Atienza, deudora de Valente, hablándonos desde el silencio.
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