Francisco Caro desnuda su corazón en los versos.
“Haz de poner los ojos en quién eres,
procurando conocerte a ti mismo...”
(Consejos de D. Quijote a Sancho)

Filósofos clásicos y religiones actuales coinciden: “Detrás de cada gran hombre (¡nunca delante!
) hay una gran mujer.” Autoridad hostil ejercida por “ingenuos” adanes sin paraíso, cuyos abrazos
(¡muchas veces!) matan. Si no fuera porque Mari Carmen, la cordial esposa y paciente “becaria” de
Francisco Caro, tutela su febril adicción a la poesía (presentaciones de libros, recitales y colegas
sedientos de contar mil aventuras literarias), estoy convencido que no sería posible conocer al
mejor alumno, amigo y paisano de Nicolás del Hierro.
“Cuerpo, casa partida”, suma 30 poemas dedicados a celebrar el poético rito de la carne hecha
versos, esencia de palabras, encendida memoria donde confluyen labios, pasiones, alas y silencios.
Orientador umbral es “Aceptado temor”: “este reto,/ esta manera/ de escribir con el mismo/
aceptado temor con que reciben/ las aguas cada golpe de piedra/ y tras hacerlo suyo lo prolongan/
lejos,/ débil,/ hasta que a la mirada sea/ aquel dolor olvido.” (p.11)

Francisco Caro desnuda su corazón en los versos; escudriña sombras, incertidumbres, cambios, espejismos de nuestras vidas, entre los misterios del poema: “Quiero decir que nieva/ solamente de mí, de cuanto fui inocencia// Desde mi tiempo hoy,/ sobre un tiempo que busca o que persigo,/ nieva:/ verdad que me deshace.” (p.16)
La poesía recuerda que nunca somos libres; sobrevivimos encadenados a cuerpos vulnerables
(cenizas del olvido) y debemos superar el dolor: “le gustaba escribir/ en la arena palabras muy
hermosas,/ como labios,/ escribir, por ejemplo, poesía.” (p.68)
Abiertos sus ojos sencillos para sentir amor, el poeta siempre busca milagros culturales, pura
belleza de la creatividad: “He pasado a ser tú/ sin advertirlo/ no sé momento exacto/ ni dolor que
anunciase/ tal vez lo oscuro./ Lejana soledad/ de las metamorfosis.” (p.49)
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